Cuando el mundo real ya no vale la pena, lo mejor es una escapada a otro mundo, el mundo de la imaginación, en el que todo es posible...

viernes, 20 de noviembre de 2020

19/11/2020

Cabe la posibilidad, por muy pequeña que sea, de que yo sea la bala, la flecha, el puñal. Llevo toda mi vida pensando que era la triste diana de mucha gente que intentaba dar al centro pero fallaba. De hecho, lo fui. Lo fui un par de veces. Pero no más. La diana, con sus agujeros, algunos más cerca del centro que otros y, algunos, incluso en el centro, se dio la vuelta. Se giró y se arrancó las balas, las flechas y los puñales que habían quedado. Ahí no tenían nada que hacer. Así que, se dio la vuelta y vio otra diana. Y tratando de librarse de los afilados causantes de las heridas, comenzó a lanzar puñales. Y flechas. Y balas. Y lanzas. Y todo lo que veía. Cada arma nueva que recibía, la lanzaba.

Pero seguía recibiendo. Solo que ahora lo que lanzaba era más que lo que recibía. Aun así, recibía. Y la diana, que ahora era una pistolera excepcional, se seguía sintiendo diana. Pero era lanzadora, aunque no lo sabía. Y se le daba bien, aunque no lo sabía.

Poco a poco, aprendió a esquivar las armas arrojadizas que trataban de agujerearla de nuevo. Aunque, como en todo, alguna se escapaba. Eso solo la hacía tirar más fuerte.

Y, un día, de repente, la diana vio lo que tenía delante, las víctimas de sus puñales. A todas y cada una. Y se dio cuenta de que se había convertido en lo que odiaba. Pero, ahora, en el poder, ya no lo odiaba tanto. Y es que, ¿qué hay más peligroso que un peligro que no sabe que es peligro? ¿Qué hay más peligroso que un asesino que realmente se cree inocente? Que, de hecho, se siente asesinado.

Nada.

Y eso era la diana.

Que ya no era una diana. Solo era un trozo de madera con algún agujero mal tapado y una pistola a cada lado.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Cuando los ojos se nublan

Cuando el cielo se nubla, sabemos que va a llover. Lo mismo pasa con los ojos. Cuando pierdas la vista, cuándo se te nubla la visión, prepárate, porque en tu mirada va a llover. Vas a ver en primera fila las gotas de agua caer desde tus lagrimales, hasta llegar al ojo, bajar por los mofletes, llegar hasta el cuello, y ahogarse por dentro del chaleco. Y de repente te llegan flashbacks de esos momentos vividos, de aquella tarde, de aquella noche, de aquel beso, de aquel abrazo, de aquel baile, de aquella mirada, de aquella sonrisa, de aquel secreto que no era más que una mirada que guardaba mil palabras, aquella frase, aquel lugar, aquel paseo, aquellas promesas. Recuerdas cada sueño, cada paso, cada momento de pasión, cada segundo, y recuerdas que cada milésima cuenta. Van y vienen imágenes de momentos, instantes, a tu memoria. Promesas rotas, sueños rotos, momentos, situaciones que no se volverán a repetir. Noches, amaneceres, conversaciones, anécdotas únicas que quedarán en eso, anécdotas de un pasado importante. Secretos que fueron confesados y acabarán siendo contados. Sonrisas, risas, carcajadas, películas, canciones, incluso objetos, libros, cosas que acabarán por no tener importancia, cosas intensas, vividas en el momento perfecto, para que a la larga duela, para ser olvidadas en el momento perfecto. Porque el amor es eso, una cosa perfecta, vivida intensamente que tiene los dias contados, que el final es la muerte irremediable de aquel sentimiento, que nunca dura pero siempre duele. Porque al fin y al cabo la vida se trata de caer y levantarse, enamorarse y olvidar, hacer locuras y generar recuerdos, recuerdos que te nieblen la vista y te produzcan flashbacks, recuerdos que te hagan reír y llorar, pero al fin y al cabo, recuerdos que marcan, que te indican que estás vivo y viviendo. Y gimes, y gritas, y lloras, y notas, y sabes que estás vivo, el dolor no es invisible, no es transparente. Lo ves, sabes que está ahí, y piensas, y recapacitas, ¿de verdad vale la pena? ¿de verdad tirar tanto por tan poco? Y te vas comiendo la cabeza cada vez más a cada minuto que pasa y no tienes noticias, no hay novedades. Y todo esto ocurre en míseros segundos, en el tiempo que el cuerpo te da desde que se te nubla la vista hasta llorar como un recién nacido. Y cuando esto último ocurre, ves que lloras de dolor, de impotencia, de ese ardor en el pecho. Y en ese momento, ya, ya no hay vuelta atrás.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Con la mente cambiaba, y el pasado retornado.


Y dejas la superstición de lado, porque realmente él ha conseguido que nada sea igual, que todo cambie, que tu mundo de un vuelco, y dejas de creer en cosas, en esas estúpidas casualidades, en esas cosas que pensabas, para poder creer en un presente, en un futuro, nuevos. Pero nada pasa por casualidad, nada pasa por nada. Y vuelve ese día, ese día que dejaste de pensar que te daría mala suerte para toda la vida. Pero te vuelve a dar mala suerte, con la mente cambiaba, y el pasado retornado. Y deseas morir, no haber vivido esos días para que el de aquel día que se repitió tras tanto tiempo no hubiese existido. Y vuelves a pensar en lo mierda que es, y que fue todo. Y que ese once siempre será malo. Y que los once jamás traerán cosas buenas. Y caes en la cuenta, de que meses atrás tampoco habían pasado realmente buenísimas cosas como para olvidar aquel día. Y caes en la cuenta de que vuelves a creer en lo que dejaste de creer, que nunca dejaste de creerlo realmente, que siempre le tuviste miedo a los once, que siempre rezaste porque no acabara, que siempre creíste que pasaría algo pésimo ese día. Pero no querías creerlo, te cegabas, y no lo veías. Y funcionaba. Y funcionó. Hasta que dejó de hacerlo. Y ves que el que había conseguido darle la vuelta a tu cabeza, es tu todo, y que por más que lo compares con nada, no le llegan ni a los pies. Y piensas de nuevo que va a pasar, que te deparará el destino tras el mal día que volvió a pasar, el mal día con la mente cambiaba, y el pasado retornado. Y quieres solucionarlo, y lo haces. Y todo vuelve a desaparecer, o al menos, hasta que vuelva a aparecer...

Orgullo


Orgullo... una palabra demasiado popular en estos tiempo, demasiado... por orgullo parejas mueren, amistades se ahogan, conocidos desaparecen, familias se disipan y soledades incrementan. Porque puedes desear con toda tu alma tenerlo al lado, que por orgullo, no se lo vas a decir, que por orgullo, no te vas a disculpar, que por orgullo, no le vas a hablar si no lo hace él antes, que por orgullo, puedes dejar que todo se hunda, que por orgullo, podrá acabar y no aceptar que fue por orgullo. Y por orgullo no vas a salvar nada por mucho que lo que sientas sea superior a lo que ha pasado. Y por orgullo acaba ocurriendo lo nunca querido, acaba pasando lo que nunca ni imaginaste, y se vuelve a romper el para siempre, y vuelves a sentirte sola con un vacío que es increíble, y vuelves a no creer en nada, en el amor, en la felicidad, en la vida, en los chicos. Pero a veces hace falta un acto de valentía, echarle cojones y dejar el orgullo al lado. Decirle, ''no vales para nada'' y solucionar las cosas antes de que la mierda se vuelva irremediable. Y cuando lo haces, lo solucionas, lo hablas, lo arreglas, ese vacío que en un momento pensaste que ibas a tener, desaparece, y ese orgullo, comido, tragado, ingerido, te agradece que lo dejases a parte, y que luchases por lo que más querías. Y entonces, es cuando te das cuenta que nunca habías sido orgullosa, hasta que un error te hizo serlo. Y deseas volver a ese pasado en el que el orgullo nunca había estado presente. Y entonces le dices lo que sientes. Y vuelves a ser esa niña feliz e ilusionada que una vez dejaste de ser.

sábado, 11 de octubre de 2014

Raúl y Nuria

Alto, ojos verdes, pelo castaño, así era Raúl. Muy simpático y buena gente, siempre era agradable hablar con él. De estatura media, ojos marrones y pelo castaño largo, así era Nuria. Una chica que parecía muy seca, antisocial, nadie realmente la conocía. Raúl era el típico chico que siempre estaba fuera, bebía, fumaba, se iba de discotecas. Nuria era la típica chica marginada, una chica light, de las que se llevan horas escuchando música. Eran polos opuestos. Él era guapo. Ella no era nada del otro mundo. A él todas le querían. A ella todos la evitaban. Ella no era de salir. Él no era de quedarse en casa. Eran totalmente paralelos. Nunca pensaron que se iban a conocer, y de hecho, nunca lo hubiesen hecho si Raúl hubiese salido de fiesta esta vez, y si Nuria se hubiese quedado en casa como todos los días. El autobús en el que ella se montó para ir a comprar discos, volcó. El padre de Raúl, bombero, la rescató con ayuda de su hijo, aprovechando que estaba en casa. Nuria era una superviviente de los diez que pudieron contarlo. Ella rechazó la ayuda de Raúl. Pero él no iba a dejarla allí tirada, muriéndose, con sangre por todo el cuerpo. No, no iba a hacerlo. Y de hecho, no lo hizo. Ella se desmayó al verse llena de sangre. Él no dudo un segundo en sacarla de ahí, meterla en una ambulancia, y mandarla al hospital. Ambos tenían 15 años. A él se le partió el corazón al verla sola en la ambulancia, sin nadie con quién ir, ya que todos los demás tenían acompañantes. Así, que se metió en la ambulancia con ella. En el camino, Nuria recobró la razón, y pudo ver a Raúl allí, con ella camino al hospital. Con las pocas fuerzas que le quedaban, ella le sonrió. Él le dijo que descansara, que lo necesitaba. Ella dejó de sonreír y durmió, hasta que llegaron al hospital. Un movimiento brusco de la ambulancia al entrar en el hospital la despertó de sopetón y casi la tiró de la camilla, pero Raúl la sujeto a tiempo. No  podía evitarlo, Raúl la estaba mirando con cara feliz, con una sonrisa. Mientras ella dormía, él había admirado su cara, tan fina, sus manos, tan delicadas, su cuerpo, tan perfecto, ella era guapa, pero no era nada que sobresaltase. Raúl, sin embargo, no pensaba igual. A él le había maravillado cada pedacito de su cuerpo, cada molécula de su ser, cada parte de su alma. Nunca había visto a alguien que le provocase eso, nunca, hasta ahora. Nuria agradeció a Raúl que la hubiese agarrado, evitando la caída. Éste, simplemente le sonrió. Tenía una bonita sonrisa, o al menos eso le pareció a Nuria. De repente, se abrieron las puertas de la ambulancia, y con mucha prisa, los médicos sacaron a Nuria de allí, la pusieron en otra camilla, y la metieron dentro. Raúl siguió a los médicos, intentando averiguar cómo se encontraba, la profundidad de las heridas, qué le pasaba, y cuánto tardaría en recuperarse. Al preguntar esto último el muchacho, un médico le respondió ''si se recupera''. Esto, a Raúl, lo dejó descompuesto. En apenas quince minutos, aquella chica se había vuelto muy especial para él. Necesitaba que se recuperase, que saliese de esa. Sin apenas conocerse, él la iba ayudar. Aunque aún no sabía cómo.

sábado, 26 de julio de 2014

Sandra y Pablo

Caminaban, nerviosos. Iban solos, y eso los ponía más nerviosos todavía. Ella era alta, pelo castaño y ojos marrones. Él también era alto, de hecho, lo era más que ella. Él también poseía ojos marrones y pelo castaño. Ninguno de los dos resaltaba en lo que es la sociedad española en belleza. Eran dos personas más. Pero ellos temblaban. A pesar de ser dos personas más, sentían que el mundo se iba a derrumbar por ellos por momentos. Todos de habían ido, sus padres ya se lo exijían, o el aburrimiento pudo con ellos, todos menos el último, que simplemente se fue para dejarlos solos. Eran las diez de la noche y caminaban solos por la calle. Era una bonita noche en Sevilla, no hacía calor, no estaban los típicos cuarenta grados que de noche pasaban a ser treinta, de hecho, hacia hasta viento, si, Sandra sentía un poco de frío a pesar de sus nervios. Caminaban, nerviosos, inseguros, despacio, tímidos, enamorados. Sandra pensaba que Pablo era el chico de su vida, realmente lo pensaba, a pesar de lo poco que se conocían, sentía cosas muy raras. Nada era totalmente normal en ella, pero Pablo la debilitaba más todavía. Antes, cuando iban a recibirse al principio de la tarde, a ella le temblaban las piernas. Ella llevaba toda la tarde con sus amigas, él con los suyos. No lo sabían, pero ambos se quería el uno al otro. Ella intentaba no mirarlo, cada vez que lo hacía, algo le recorría el cuerpo entero que no era normal. Él también evitaba el contacto de de su vista con el cuerpo de Sandra. Era raro, pero ella le importaba de veras, él nunca había tenido verdadera preocupación por saber si alguien estaba bien o no, y que ella hubiese conseguido que él se preguntase si era o no feliz, si estaba o no bien, era algo nuevo. Realmente todo aquello podía con los dos. Sandra jamás en su vida había temblado por nadie. Ambos estaban asustados, no sabían que les pasaba, realmente estaban desconcertados con todo aquello. No se sentían nada seguros de lo que sentían, pero les daba un vuelco al corazón cada vez que se veían. Eran ya las once menos veinte, llevaban desde las diez juntos, solos, dando vueltas, sin saber que decir, perdidos en su mundo, buscando en su mente un tema para conversar, las conversaciones no duraban más de diez segundos. Pero a Sandra empezaban a dolerle los pies, así que, con valor, le propuso a Pablo sentarse un rato. Si, tuvo valor aquella noche, realmente se respiraba tranquilidad en el ambiente, soledad feliz, romanticismo, si esa es la palabra, el ambiente era realmente romántico. Incluso se podía oír el agua cayendo de una fuente cercana. Si, Sandra realmente tuvo valor. Pablo aceptó, a pesar de que estaba nervioso, y más por el ambiente que había, y no podía articular palabra correctamente. Ambos se sentaron en un banco que había vacío, como todos los demás, pero ese les gusto especialmente. Sandra se sentó en la izquierda, Pablo en la derecha. En aquel lugar corría el viento, y Sandra cada vez lo notaba más. El frío se colaba por cada costura, por cada rincón de su ropa. Pablo llevaba una sudadera, que le sobraba, él realmente tenía calor. Estaba nervioso, muy nervioso. Sandra se abrazaba a sí misma, mientras tiritaba un poco. Él lo notó, notó como la única chica que había conseguido ponerle el corazón a diez mil por hora y hacer que se preocupe por ella, tenía frío. Valiente pero dudoso, se quitó la sudadera, y con sutileza, con cariño, con cuidado, con verdadero amor, la depositó sobre los hombros de Sandra. En ese instante, estaba sentados uno al lado del otro. Pablo iba a retirarse a su sitio, cuando Sandra, sin saber porqué, agarrándole la pierna le pidió que no se separase de su lado. Pablo, tan sorprendido como feliz, obedeció, y permaneció a su lado. Estaba casada, muy cansada, ya eran las once. No pudo más, y a pesar de repetirse mil veces en su cabeza que no lo hiciera, lo hizo, se dejó caer sobre Pablo. Pablo, sorprendido de nuevo, no dudó en abrazarla y darle su calor. Seguían solos en aquella calle de Sevilla. Sandra cerró los ojos y Pablo no pudo evitar la tentación de verla, de mirarla. Acercó su cara a la de ella, para poder observarla mejor, olerla, notar su respiración, cuando de repente ella abrió los ojos. Pablo no tuvo tiempo de reaccionar, ya que en menos de cinco segundos ella había depositado sus labios en los de él. Eran carnosos, apetecibles, dulces, pensaron ambos. Ninguno de los dos hubiese imaginado jamás esa escena, y menos Sandra, que era realmente tímida para estos aspectos. Todo había sido gracias a ella, y quizá fue una de las mejores cosas que hizo en su vida. Cumplió lo que llevaba soñando más de tres semanas y media. Y no se arrepentía. Él le correspondía en el beso. Por sus cabezas ya no pasaban más las preocupaciones de ''que pasaría si...'' de si le gustará al otro, de qué pasaría después de un beso, ya no no hay pensamientos. Ambos están centrados en el beso. Realmente estaba siendo un beso con pasión, en el que no solo sus labios se rozaron, sino que sus lenguas también formaron parte de la acción. Era un beso intenso, con mucho sentimiento, un beso de enamorado, un beso tan robado como deseado. No querían que aquello acabase nunca,deseaban pasar el resto de su vida así, pero todo tiene su final. El beso acabó, la situación no fue incómoda. Ambos sonreían, eran felices, estaban enamorados. Ellos sí que se querían.

miércoles, 2 de julio de 2014

Simplemente, llegó ese día

Y de repente, ya no te quería más, ya no me moría más por ti, ya no te pensaba continuamente, con cada canción de amor, ya no me importaba que te hubieses ido, no me rallaba más por tus tuits, por tus sonrisas de las que yo no era ya el motivo, ni por si estuvieses mal, ya no me importaba lo que te pasase, ya no moría por tus besos, por tu cuerpo, por tus manos en mi cintura, ya no te lloraba cada noche, ya no pensaba en ti al ver cada pareja, ya no me moría en mi interior al ver que pasaba algo que me prometiste que iríamos o veríamos juntos, ya no me remordía la conciencia por haberte dejado ir cuando tan siquiera pediste permiso para irte, ya no me molestaba verte pasear por la calle, ya no me moría de envidia al verte con más chicas, ya no era importante para mí saber que estabas bien, ya no era una cosa vital verte todos los días sonriendo a pesar de que yo estuviese hecha una mierda, ya no necesitaba de tus abrazos en los momentos difíciles, ni de tu compañía, ni de tus más hermosas palabras en momentos tristes, duros, ni tampoco necesitaba tu mano para superarlo todo, no era necesario que estuvieses a mi lado, ya no aparecías en mis sueños, ya tan siquiera me importaba que tal te iba con tu vida, ni si de verdad alguna vez me quisiste, era irrelevante lo que hacías a cada momento o a quién mirabas, con quién tonteabas o con quién salías, con quién quedabas, con quién hablabas y te hacia sentir bien, ya no creía todas tus palabras que en su momento creí, todas esas canciones dejaron de ser importantes en mi vida, ya no significaban nada, ya me daba igual que fumases, te emborrachases o lo hicieses, simplemente ya me era indiferente, ya no me molestaban las lágrimas por las noches, simplemente porque ya no había, ya tú no formabas parte de mi tristeza ni de mi alegría en mis recuerdos, simplemente, eras un recuerdo, y fue en ese momento, cuando me di cuenta de que todo había acabado, de que ya no estaba enamorada, de que se acabó el sufrir por un tonto sin corazón, me di cuenta de que era cierto que algún día él iba a ser tan solo un recuerdo, era muy cierto, simplemente me di cuenta de que ya no lo amaba, ya no era mi razón de vivir, mi razón de respirar, mi razón de levantarme todos los días y luchar con una sonrisa por él, simplemente, ya no estaba enamorada.