Caminaban, nerviosos. Iban solos, y eso los ponía más nerviosos todavía. Ella era alta, pelo castaño y ojos marrones. Él también era alto, de hecho, lo era más que ella. Él también poseía ojos marrones y pelo castaño. Ninguno de los dos resaltaba en lo que es la sociedad española en belleza. Eran dos personas más. Pero ellos temblaban. A pesar de ser dos personas más, sentían que el mundo se iba a derrumbar por ellos por momentos. Todos de habían ido, sus padres ya se lo exijían, o el aburrimiento pudo con ellos, todos menos el último, que simplemente se fue para dejarlos solos. Eran las diez de la noche y caminaban solos por la calle. Era una bonita noche en Sevilla, no hacía calor, no estaban los típicos cuarenta grados que de noche pasaban a ser treinta, de hecho, hacia hasta viento, si, Sandra sentía un poco de frío a pesar de sus nervios. Caminaban, nerviosos, inseguros, despacio, tímidos, enamorados. Sandra pensaba que Pablo era el chico de su vida, realmente lo pensaba, a pesar de lo poco que se conocían, sentía cosas muy raras. Nada era totalmente normal en ella, pero Pablo la debilitaba más todavía. Antes, cuando iban a recibirse al principio de la tarde, a ella le temblaban las piernas. Ella llevaba toda la tarde con sus amigas, él con los suyos. No lo sabían, pero ambos se quería el uno al otro. Ella intentaba no mirarlo, cada vez que lo hacía, algo le recorría el cuerpo entero que no era normal. Él también evitaba el contacto de de su vista con el cuerpo de Sandra. Era raro, pero ella le importaba de veras, él nunca había tenido verdadera preocupación por saber si alguien estaba bien o no, y que ella hubiese conseguido que él se preguntase si era o no feliz, si estaba o no bien, era algo nuevo. Realmente todo aquello podía con los dos. Sandra jamás en su vida había temblado por nadie. Ambos estaban asustados, no sabían que les pasaba, realmente estaban desconcertados con todo aquello. No se sentían nada seguros de lo que sentían, pero les daba un vuelco al corazón cada vez que se veían. Eran ya las once menos veinte, llevaban desde las diez juntos, solos, dando vueltas, sin saber que decir, perdidos en su mundo, buscando en su mente un tema para conversar, las conversaciones no duraban más de diez segundos. Pero a Sandra empezaban a dolerle los pies, así que, con valor, le propuso a Pablo sentarse un rato. Si, tuvo valor aquella noche, realmente se respiraba tranquilidad en el ambiente, soledad feliz, romanticismo, si esa es la palabra, el ambiente era realmente romántico. Incluso se podía oír el agua cayendo de una fuente cercana. Si, Sandra realmente tuvo valor. Pablo aceptó, a pesar de que estaba nervioso, y más por el ambiente que había, y no podía articular palabra correctamente. Ambos se sentaron en un banco que había vacío, como todos los demás, pero ese les gusto especialmente. Sandra se sentó en la izquierda, Pablo en la derecha. En aquel lugar corría el viento, y Sandra cada vez lo notaba más. El frío se colaba por cada costura, por cada rincón de su ropa. Pablo llevaba una sudadera, que le sobraba, él realmente tenía calor. Estaba nervioso, muy nervioso. Sandra se abrazaba a sí misma, mientras tiritaba un poco. Él lo notó, notó como la única chica que había conseguido ponerle el corazón a diez mil por hora y hacer que se preocupe por ella, tenía frío. Valiente pero dudoso, se quitó la sudadera, y con sutileza, con cariño, con cuidado, con verdadero amor, la depositó sobre los hombros de Sandra. En ese instante, estaba sentados uno al lado del otro. Pablo iba a retirarse a su sitio, cuando Sandra, sin saber porqué, agarrándole la pierna le pidió que no se separase de su lado. Pablo, tan sorprendido como feliz, obedeció, y permaneció a su lado. Estaba casada, muy cansada, ya eran las once. No pudo más, y a pesar de repetirse mil veces en su cabeza que no lo hiciera, lo hizo, se dejó caer sobre Pablo. Pablo, sorprendido de nuevo, no dudó en abrazarla y darle su calor. Seguían solos en aquella calle de Sevilla. Sandra cerró los ojos y Pablo no pudo evitar la tentación de verla, de mirarla. Acercó su cara a la de ella, para poder observarla mejor, olerla, notar su respiración, cuando de repente ella abrió los ojos. Pablo no tuvo tiempo de reaccionar, ya que en menos de cinco segundos ella había depositado sus labios en los de él. Eran carnosos, apetecibles, dulces, pensaron ambos. Ninguno de los dos hubiese imaginado jamás esa escena, y menos Sandra, que era realmente tímida para estos aspectos. Todo había sido gracias a ella, y quizá fue una de las mejores cosas que hizo en su vida. Cumplió lo que llevaba soñando más de tres semanas y media. Y no se arrepentía. Él le correspondía en el beso. Por sus cabezas ya no pasaban más las preocupaciones de ''que pasaría si...'' de si le gustará al otro, de qué pasaría después de un beso, ya no no hay pensamientos. Ambos están centrados en el beso. Realmente estaba siendo un beso con pasión, en el que no solo sus labios se rozaron, sino que sus lenguas también formaron parte de la acción. Era un beso intenso, con mucho sentimiento, un beso de enamorado, un beso tan robado como deseado. No querían que aquello acabase nunca,deseaban pasar el resto de su vida así, pero todo tiene su final. El beso acabó, la situación no fue incómoda. Ambos sonreían, eran felices, estaban enamorados. Ellos sí que se querían.